Va pasando el tiempo, y cada vez tengo la sensación que va más rápido. No sé vosotros, pero yo me pasé gran parte de mi vida corriente de un lado al otro, estresada y con sensación de que no me daba la vida. Y por supuesto llenando vacíos con actividades y el que hiciera falta, de forma que mi vida fuera productiva y tuviera sentido. Por suerte, ya no. Tengo que admitir que la frenada costa más cuanto más velocidad lleves. Me costó bastante.
Hemos desaprendido a dejar un espacio vital para estar con nosotros mismos, simplemente siente. Pensamos que si paramos y basura “nada” no somos productivos, cuando en realidad estamos haciendo mucho. Nos llenamos de actividades y nos relacionamos a todas horas, y está muy bien, siempre y cuando nos reservamos un espacio de conexión para calmarnos, para estar y disfrutar con nosotros mismos.
Estar siempre mirando hacia fuera nos lleva a menudo a perdernos. Es en estos momentos cuando toca SER, más que HACER. Pararse es la clave. Y es en este tiempo de silencio interior cuando podemos observarnos sin juzgarnos, y ser capaces de darnos cuenta del que es realmente importante y del que no lo es. Podemos escuchar nuestro diálogo interno, tomar distancia y recolocarnos, salir del bucle. No somos nuestros pensamientos.
Ser un mero observador del que piensa nuestra mente, y del que siente nuestro cuerpo, sin juzgarlo, nos permite vernos y verlo todo con otros ojos. Es una forma de ayudarnos a dejar de sentirnos víctimas o culpables del que nos pasa, pasó, o tememos que pase. Y es una forma de aprender a llevar las riendas de nuestra vida de manera consciente y responsable. Entonces la felicidad no estará solo afuera, sino también dentro de tuyo. Y esta es la profunda que permanece.
Aviso que las escalas se suben de escalón en escalón, los ascensores no valen para este aprendizaje.
Os dejo un par de excelentes frases para despedir este post de hoy. Feliz semana!
“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos caminos, sino en tener nuevos ojos” Marcel Proust
“Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron”. Michel de Montaigne